Con información de El Universal y El Financiero. La tercera marcha por la democracia este domingo 18 de febrero fue una expresión de rechazo y repudio contra el presidente Andrés Manuel López Obrador. Miles desbordaron el Zócalo en la Ciudad de México y cientos más se manifestaron contra el régimen en decenas de ciudades del país y en un puñado en el mundo. Fue eminentemente una movilización de ciudadanos, que acudieron en forma voluntaria o animados por organizaciones de la sociedad civil, a las que se sumaron políticos de manera individual. Fueron a ponerle cara y desafiar a un Presidente valiente en la retórica, pero medroso y tramposo en los hechos.
El Palacio Nacional quedó rodeado por planchas de metal, pese a que ninguna de las manifestaciones que han realizado los ciudadanos ha sido violenta, una reacción de la Presidencia como acto reflejo del temor que tiene el Presidente a las críticas. Ya lo vimos cuando dejó de caminar por las terminales de los aeropuertos porque cada vez lo increpaban más por el desastre de sus políticas públicas. Lo vemos cada vez que va a Acapulco y se atrinchera en la zona naval. También en sus actos proselitistas por el país, cerrados, controlados. Todos conocemos lo irascible que se pone cuando las cosas no salen como las quiere.
Blindar Palacio Nacional no fue lo único. Una vez más, para esta movilización también ordenó que la bandera mexicana no fuera izada en el Zócalo capitalino como todos los días. Una acción pírrica que raya en lo absurdo de la lógica que, por darse una expresión de rechazo al Presidente, no tenga como marco visual la bandera de México, como si el emblema patrio fuera de su propiedad. Lo puede hacer porque es comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y el Ejército, institucional, acata sus berrinches. El gobierno de la Ciudad de México, para ayudarlo, quiso estorbar la llegada masiva al Zócalo capitalino, cerrando accesos para que los pocos que quedaban se saturaran y no se viera la fuerza de la convocatoria, y en algunas calles aledañas el ulular de las sirenas de las patrullas no dejó oír el discurso.
Pero ¿alguien se sorprende? López Obrador sabe que hay un segmento importante de electores que está en contra de lo que ha hecho en su administración y va a votar contra su candidata, Claudia Sheinbaum. No le importa al Presidente, como volvió a mostrar el viernes pasado cuando dijo que quienes asistieran a la marcha estaban apoyando a la corrupción. Esa retórica incendia por la grave mentira que usó para descalificar, en particular porque la imputación cabe mejor en su persona.
Ahí tenemos el menú: la corrupción flagrante en Segalmex, el dinero en efectivo que han recibido sus hermanos –que legalmente es recurso de procedencia ilícita–, el sepultar las investigaciones de la UIF sobre sus familiares y de la Fiscalía contra sus cercanos, las crecientes pruebas de actos ilegítimos y posiblemente ilegales que involucran a sus hijos, la opacidad con la que se maneja el gobierno en la obra pública, sin contar lo que probablemente iremos descubriendo en las próximas semanas.
La abultada movilización de este domingo respondió a sus exabruptos: no quieren que regrese la corrupción, buscan que la corrupción actual termine con un cambio de rumbo en las elecciones. Pero sobre todo, se trata de la disputa por la nación, parafraseando al Presidente, que a su vez retoma el título del libro seminal de Carlos Tello y Rolando Cordera publicado en 1981; es lo que está en juego. Tello y Cordera exploraron la lucha entre dos modelos antagónicos y excluyentes, como consecuencia de las sucesivas crisis en los 70. Y aún no sucedía la nacionalización de la banca en 1982, que causó otro desastre que favoreció a la tecnocracia que buscaba un realineamiento de las fuerzas políticas y sociales en torno a un modelo económico, que finalmente se dieron, a su favor, en 1985. La de hoy es una lucha que tiene parte de económica, pero no como se planteó hace más de 40 años –los primeros cinco años de gobierno de López Obrador se desarrollaron bajo una política neoliberal–, sino de poder y control político unipersonal.
López Obrador buscó un cambio de régimen profundo, que al no darle tiempo a logarlo, quiere consumarlo con Sheinbaum en la Presidencia, en lo que puede sintetizarse como una lucha entre un sistema liberal y un sistema iliberal. Los liberales, que apuestan por libertades civiles y económicas en un marco de leyes y contrapesos, están perdiendo en el mundo ante modelos iliberales, que legitimados por las victorias de sus proponentes en las urnas, desarrollan políticas autoritarias, pérdida de libertades y contrapesos. Esta es la disputa por la nación que ya se vio en recientes elecciones en El Salvador e Indonesia, donde ganaron los perfiles autoritarios, y en otras paradigmáticas que habrá este año en Estados Unidos, Rusia, India, Turquía, Venezuela y en la propia Unión Europea.
México está en ese dilema. ¿Qué quiere la mayoría de los mexicanos? Eso lo determinarán el 2 de junio. Pero para las decenas de miles que se movilizaron ayer, la opción real es Gálvez, que se presenta como la candidata del cambio al statu quo del lopezobradorismo. Sheinbaum es la continuidad, no sólo en las líneas generales que ha estado dibujando López Obrador, sino como administradora, al menos por el primer año de su eventual gobierno, de los mandatos y prioridades del Presidente actual.
Las movilizaciones, como dijo el único orador del evento, Lorenzo Córdova, hasta recientemente consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, no eran a favor o en contra de ninguna candidata, sino en defensa de la democracia, que añadió, se quiere destruir. No es una lucha doctrinaria, per se, entre izquierda y derecha, como la quiere proyectar López Obrador. Es sobre las libertades, donde otros líderes en el mundo, sin importar la díada ideológica, han tomado bando por la disminución y demolición de éstas. Aquí está el fondo de la disputa mexicana, y que cada quien decida lo que quiere en las urnas.
Manifestación ciudadana y autocensura mediática
Gran convocatoria tuvo la llamada ‘Marcha por la Democracia’ en la CDMX y otras ciudades del país. Los números de los movilizados son de cientos de miles. Pero, sobre la marcha es interesante lo que está sucediendo en los medios de comunicación y en redes sociales, empezando por el presidente López Obrador, quien considera que todos los que fueron son “manipulados” por la radio, la televisión y las redes sociales (aparentemente, ya dejaron de ser las “benditas redes sociales).
De hecho, en su mañanera de ayer, el Presidente, visiblemente molesto por la marcha y los marchantes, en cuatro ocasiones aludió a ellos con comentarios negativos: “corruptos”, “beneficiados de la corrupción”, “disfrazados de demócratas”, “oligarquía corrupta”, (muchos de los que marcharon son) “protectores de García Luna”, “operadores de fraudes”, etcétera.
Pero, ¿cuál fue su impacto y tratamiento en los medios de comunicación? Para empezar, durante su desarrollo, la marcha sólo fue cubierta por ForoTV/N+ (Televisa) y Milenio. Ya cuando estaba acabando, a las 12 horas, ADN40 (TV Azteca) hizo un enlace. Ningún medio público federal —canales 11, 14 o 22— hicieron enlaces a la marcha. De hecho, cuando en la noche del domingo un primer medio público hizo su primera mención, en Canal 22, en el programa ‘Chamuco TV’, fue una sátira en la que aparecieron cartones con la leyenda “favor de no marchar” y se decía que los que fueron a ella eran “productores de pobres”.
En la mañana del lunes Canal 11 se sumó a desacreditar la marcha y a sus asistentes, a la par de que, prácticamente, dejó ver que el Presidente es el “garante” de que esas marchas se puedan realizar. Así, los medios públicos no sólo están fuera de los eventos mediáticos nacionales relevantes, sino que hacen un permanente golpeteo a quienes no ven el mundo como ellos.
Los medios públicos-gubernamentales se han vuelto, pues, como fue el programa de la TV estatal venezolana ‘Aló Presidente’ de Hugo Chávez. Justo por ello han dilapidado sus audiencias y credibilidad. Y tan la mañanera y la “cargada” de medios públicos ya no son suficientes para la operación propagandística oficial, que esta semana se hará la primera entrevista al Presidente, en cinco años, y no escogió a ninguno de sus medios públicos. Prefirió, en lugar de ellos, a una reportera rusa, Inna Afinogenova, y al medio español Canal Red. De no creerse para un Presidente tan nacionalista.
Por lo que respecta a la prensa impresa, toda llevó la marcha de manera destacada en sus primeras planas. Incluso, La Jornada tuvo la sensibilidad periodística de poner una buena foto de la marcha en su primera plana, con lo que tomó distancia de la posición oficialista. Y es que un evento tan concurrido no podía ignorarse por ningún medio que aspire a ser leído y creíble.
La radio y TV comercial (privada), toda llevó el lunes temprano y al mediodía amplias notas de la marcha: Televisa/N+, TV Azteca, Milenio, Radio Fórmula, Imagen, Heraldo TV, W-FM, Acir, La Octava, NRM, MVS, etcétera.
Por lo que respecta a redes sociales, hasta las 13 horas de ayer la marcha generó un alcance de más de 13 millones de personas y 16 tendencias en X, con un 71% de sentimiento negativo al Presidente (y favorable a la marcha). Así que esta debe de ser otra razón por la que a AMLO ya no le entusiasman las redes sociales.
La cobertura que los medios públicos han dado a las precampañas electorales, según el monitoreo del INE, ya tiene un sesgo importante a favor del oficialismo. Pero lo que pasó ayer, en los medios gubernamentales, confirma que el gobierno utilizará los instrumentos a su disposición de manera partidista rumbo al 2 de junio y que, como nunca, el arbitraje electoral será complejo. Es una lástima para los contendientes de Morena que estarán en la boleta pues, de ganar, les perseguirá el argumento del “fraude”. Así las cosas, y en materia de medios de comunicación, hay que decirlo: el gobierno federal sí está ya al nivel de lo que acontece en la hermana República Bolivariana de Venezuela e, irónicamente, sin tener necesidad de hacerlo.